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FREDERIC ROCA I LA REVISTA DESTINO

1 Abril 2024 per FLPT

Compilació dels seus articles, 1964-1968

Frederic Roda i Pérez (Barcelona, 15 de gener de 1924-1 de març de 2006), fou  director teatral, crític teatral i promotor cultural català 📷 CEDIDA

IGNASI RODA|Amb l’amic bellaterrenc Francesc Pérez hem començat la recerca dels articles que el meu pare va escriure a la revista Destino els anys 1964 al 1968. El nostre objectiu és reunir-los en una publicació (o potser dos) perquè el gruix de l’obra supera els 600 articles. Cal tenir present que Destino dedicava al teatre tota una plana on s’incloïa: articles de fons, crítica teatral, gasetilles i tot allò que tenia a veure amb el mon teatral. Allí Frederic Roda parlava de tot amb un profund coneixement de causa. El gruix de l’obra ens portarà tot un any de feina, però crec que val la pena donar a conèixer aquesta faceta literària del pare.

Com a exemple transcric en aquest lliurament un dels articles que considero ben oportú donada la ressonància de la pel·lícula Hoppenheimer mereixedora d’un munt d’Òscars, i tant celebrada arreu.

L’assumpte Hoppenheimer, és un text teatral de l’escriptor alemany Heinar Kipphardt (Heidersdorf, 1922 – Múnich, 1982). Aleshores, i pels vols de la data de l’article (gener de 1965) l’obra es presentava a París a càrrec de Jean Vilar i també a Milà dirigit por Grossi al Piccolo Teatro Milano, fets que motivaren l’article. La seva lectura és del tot enriquidora i evidencia que l’autor no es limitava a fer una crítica del muntatge sinó que anava més enllà alhora d’analitzar el per què d’aquest text teatral.

DESTINO, 9 de gener de 1965 |BELLATERRA.CAT

EL ASUNTO OPPENHEIMER

(Una crónica dramática de nuestra era)

LOS HECHOS

El 24 de abril de 1954, un comité de la Comisión Americana de Energía Atómica, C.E.A., abrió expediente a demanda del gobierno U.S.A. sobre el caso Robert Oppenheimer. Se trataba de averiguar si este investigador, que había dirigido los laboratorios de los Álamos, de los que salieron las primeras bombas atómicas, la de Hiroshima y Nagasaki, podía seguir mereciendo la confianza de las autoridades y mantener su acceso a los más altos y reservados secretos nucleares. La instrucción del expediente duró 23 días de declaraciones del profesor Oppenheimer y de numerosos testigos. La conclusión final del comité aseveró que la lealtad del encartado, pero le negó el futuro acceso a los “top-secrets” atómicos en razón de que su conducta y amistades reflejaban un serio desprecio a las exigencias del sistema de seguridad, estimando asimismo que su tendencia a ser influido por terceras personas podría tener serias repercusiones contrarias a la seguridad del país.

En 1963, y a petición del presidente Kennedy, el profesor Oppenheimer fue rehabilitado recibiendo el Premio Enrico Fermi por su excepcional contribución a los estudios y al desarrollo de la física teórica.

LOS PERSONAJES

¿Quién es este Oppenheimer secreto, silencioso, angustiosamente lúcido que tuvo entre sus manos los secretos y razones científicas de la bomba A, que fue consejero del presidente Truman, director de los Álamos y que en 1949 se opuso a la construcción de la bomba H? ¿Qué peso tenía en sus decisiones, sus antecedentes izquierdistas que nunca ocultó y que eran bien conocidos cuando fue nombrado para los cargos de alta responsabilidad que ostentó? Oppenheimer, a diferencia de su padre y de su esposa, no perteneció nunca al Partido Comunista. Cierto es que estuvo prometido a Jean Tatlick, procomunista, y en 1943, cuando ya era director de los Álamos, tuvo con ella una entrevista probablemente sentimental.

Contrariamente a la opinión técnica de Oppenheimer que se opuso a los proyectos de fabricación de la bomba H, el proyecto pudo seguir adelante gracias a un descubrimiento inesperado de Edward Teller, el otro gran sabio atomista, el único de su categoría que prestó testimonio contra Oppenheimer ante la Comisión Investigadora. Todas estas opciones u opiniones no hubiesen pasado de ser absolutamente particulares y trascendido al ámbito de los laboratorios secretos si dos hechos externos y trascendentales no se hubiesen interferido: la guerra fría, en competencia del poder con la U.R.S.S. (que determinó unos problemas de conciencia gravísimos precisamente entre las inteligencias y las insensibilidades morales más agudas, y que tenía entre sus manos las palancas decisivas de la muerte atómica) y ese fenómeno complejo, de resonancias atávicas, que fue el maccarthysmo, la “caza de brujas”, denunciada por el teatro de Miller, la Cruzada, iniciada por el senador de Wisconsin para descubrir a los traidores que habían vendido los secretos atómicos a la U.R.S.S., país considerado por los orgullosos americanos como tierra de “mujiks” incapaces de ir más allá, con su corto ingenio, del uso de la palanca.

LA SITUACIÓN TEMÁTICA

Realmente, como decía lúcidamente Wilde, la vida imita al arte. No se podían hallar elementos de mayor carga antagónica que los del caso Oppenheimer. El mundo moderno ha trascendido quizás los valores agónicos de la novela, pero no los antagónicos (como agonías enfrentadas) del teatro.

El primer elemento del drama son las propias actas auténticas de las sesiones de la Comisión de Seguridad de Energía Atómica, publicadas por el Departamento de Estado de USA. Este hecho obligatorio a un Estado frente a sus ciudadanos, es la base de esta pieza de teatro, documento y testimonio. Heinar Kipphardt realizó en los propios U.S.A., un montaje escénico del tema. Ahora, Jean Vilar, en París, y un grupo italiano dirigido por Grossi en el Piccolo Teatro Milán, han interpretado la obra a Europa con abundante modificaciones.

LO QUE SE HA OBTENIDO

El teatro como modo de conocer la realidad. No es fácil conocer las cosas tal como son, y menos tal como han sido. Nuestro criterio, inevitablemente, sufrirá eso que se da en llamar condicionamientos, y así hemos de admitirlo. Para el hombre podemos hablar con más propiedad del camino de la verdad que de la verdad como meta: de esta manera, los viejos conceptos de vida, método, luz, que sitúan la verdad, no en sí misma, (incognoscible), sino en perspectiva (experimentable), se nos demuestran nuevamente válidos.

El asunto Oppenheimer nos hace comprobar, al menos, que aquello que tenía un valor determinado en 1936, en la juventud del investigador, no puede juzgarse con criterios de los años 50. El fenómeno inquisitorial, -seamos humildes-, es de todas las épocas, la nuestra comprendida. Por otra parte, el irreversible progreso moral de los hombres determina una situación nueva para el viejo y ya inválido concepto de la autoridad: el hombre moralmente superior debe decidir más cosas por sí mismo: los criterios de todo orden económico, político, militar, demuestran su naturaleza esencialmente inferior respecto a los problemas estéticos; y el hombre se debe a las respuestas éticas antes que a las soluciones que ofrecen aquellos otros criterios.

Parece ser que la autenticidad de El asunto Oppenheimer produce un cierto desasosiego en los críticos y espectadores. Observaciones que rebasan las puramente teatrales, se introducen, justificadamente, en la formulación del juicio en esta muestra de “forma procesal” que es la forma jurídica dramática por excelencia.

Oppenheimer (como podría ser en la URSS el sabio Kapitza, que fue llevado a prisiones Stalinistas por su resistencia a la investigación autonómica) nos parece mucho más interesante en su duda, en su falta de coraje, en sus contradicciones flagrantes, en su orgullo científico del tiempo, en su “afaire” que no en Ginebra en 1963 cuando declara que participará de una forma consciente a la fabricación de las armas atómicas. Su conciencia se ha simplificado; pero él tiene derecho a esta simplificación que quizá no sea más que humildad, porque ha pasado previamente por una dura prueba.

FREDERIC RODA, 9 de enero de 1965

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